Cómo son las relaciones entre trabajadoras sexuales
La prostitución es, hoy por hoy, un trabajo que sigue marginado para la mayor parte de la sociedad. La visión que tenemos de las prostitutas es la de mujeres con poca cultura, que se ofrecen sexualmente ante la imposibilidad de encontrar otro trabajo. Mujeres que viven en riesgo de exclusión social, que sobreviven con lo que pueden ganar con sus servicios. Y muchas de ellas, incluso, siendo obligadas a prostituirse durante días enteros, esclavizadas por mafias. ¿Es esta visión real? Sí, en parte. Porque no todas las amantes profesionales están en esa situación, ni mucho menos. Hay chicas que viven de la prostitución, pero lo compaginan con otros trabajos, o con estudios. Cada vez son más las jóvenes que encuentran en este negocio una forma de tener mayores ingresos para pagar sus carreras, o simplemente sus caprichos. También hay otras que han dejado el negocio, hartas de no ser bien consideradas, y de todo lo que supone ser una prostituta en nuestra sociedad actual.
Hay países donde este trabajo ya ha sido legalizado y regularizado. Otros tantos están buscando la manera de abolirlo, o al menos intentarlo, con las leyes en la mano. Y es que la prostitución existe desde que el mundo es mundo, y ha sobrevivido a temporadas muy oscuras y problemáticas. La persecución de hoy en día no es nada en comparación con las acusaciones de brujería a las rameras de la Edad Media. Pero tampoco disfrutan de la misma elegancia y la consideración de las cortesanas del Renacimiento, que eran mujeres instruidas, hermosas y sensuales, amantes de los hombres más poderosos. Las prostitutas deben navegar en un mar de prejuicios y marginación que muchas veces las arrastra a una vida indigna, solo por ofrecer un servicio que muchos consideran vulgar. No hablamos de aquellos que están siendo obligadas a prostituirse, algo que debe perseguirse con toda la fuerza de la ley. Pero es que la mayoría sí toman esa decisión por sí mismas, en busca de una salida, de una alternativa a un mercado laboral que las asfixia y las devora. Así, olvidadas por todos, señaladas todavía por algunos sectores como el germen de todos los males, muchas veces las prostitutas solo se tienen a sí mismas, y a sus propias compañeras.
Compañerismo dentro de la profesión
El compañerismo laboral suele brillar por su ausencia en la mayoría de sectores. A pesar de que son muchas las horas que pasamos con nuestros compañeros, en la oficina o haciendo turnos en fábricas y demás, los consideramos simplemente eso, compañeros. Nuestros amigos son otros, los que están fuera del trabajo. De hecho, es posible que, por diversas causas, la gente que trabaja con nosotros nos caiga tremendamente mal. Ya sea porque buscan un mejor puesto a costa del nuestro, o porque nos hacen quedar mal delante del jefe… La situación en el sector de la prostitución es muy diferente, ya que aquí el compañerismo se hace imprescindible en muchas ocasiones.
Las mujeres que trabajan en la calle, que son las que más contacto tienen entre ellas, se cuidan las unas a las otras porque nadie más lo hace. Las veteranas suelen acoger a las más novatas para enseñarles cómo va el negocio, advertirles de los peligros y demás. Esa camaradería ayuda también a fomentar un buen ambiente de trabajo, y les da seguridad frente a clientes y grupos policiales. Saber guardar secretos es imprescindible entre estas mujeres, que muchas veces solo se tienen las unas a las otras. La mayoría de prostitutas que han dejado de serlo aseguran que han conocido a muy buena gente dentro de ese sector. Porque antes que profesionales del placer son personas, como cualquiera de nosotros, y también necesitan de ayuda y cariño.
Competitividad por encontrar clientes
En la otra cara de la moneda tenemos también las tensiones que suelen surgir entre las chicas para llevarse a un cliente. Esto es algo común en otros muchos sectores, donde hay que marcar tu territorio para que otros no te coman la tostada. Hay prostitutas que prefieren trabajar por su cuenta para conseguirlo, sin tener a compañeras al lado, pero otras no pueden hacerlo. Quienes trabajan en un burdel, por ejemplo, están en manos de lo que el cliente decida, pero pueden hacerse muy amigas de la madame o de la persona que regenta el lugar. Así seguramente recibirá un trato más particular, y puede que incluso mejores clientes. Este tipo de competencia existe en todos los sectores, y la prostitución no iba a ser una excepción.
Cuando una chica nueva llega al burdel a la zona donde se sitúan las prostitutas para trabajar, lo natural es recibirla con cierto recelo. La desconfianza es el estado natural de estas mujeres, porque necesitan sobrevivir en un ambiente muy hostil en el que deben estar siempre alerta. Por desgracia, la prostitución da mucho dinero, pero no siempre a las prostitutas. Ellas muchas veces deben quedarse con las migajas, con lo que sobra. Y cuando hay mucho donde repartir, pero poco para compartir, los conflictos suelen ser habituales. En muchos casos, los propios chulos deben poner paz entre sus chicas, para evitar que la cosa pase a mayores. Los escándalos en público no ayudan precisamente a atraer a clientes, sino más bien a la policía, a la que hay que mantener lejos a toda costa.
Mujeres estigmatizadas por su oficio
La situación de la mayoría de amantes profesionales es bastante precaria. Pueden sobrevivir de lo que hacen, pero cuando llega un periodo de crisis, o una pandemia, como recientemente, todo su trabajo se viene abajo. Son mujeres que, en la mayoría de los casos, no conocen más trabajo ni formación que la calle. Por eso también es más complicado salir de esa espiral de sexo por dinero. Al estar al margen de la ley en la mayoría de países, deben mantenerse fuera del radar de las instituciones. Esto significa que no tienen seguro médico, ni derecho a paro o jubilación. Una situación que, en muchas ocasiones, deriva en una exclusión social absoluta, e incluso en riesgo de pobreza.
Muchas mujeres han entendido que la única forma de sobrevivir es hacer fuerza entre ellas. Cada vez son más los grupos de orgullosas prostitutas que pelean juntas por sus derechos, unidas en asociaciones y grupos de presión. Viven juntas, se autogestionan incluso en sus citas, y toman las riendas de su vida para que solo ellas pueden decidir lo que hacer en cada momento. El estigma que todavía pesa sobre ellas no parece cerca de desaparecer, porque la sociedad sigue viéndolas como mujeres vulgares, incluso cuando son víctimas de la explotación. La educación está empezando a cambiar, y el sistema poco a poco muestra sus grietas. Para algunas de estas trabajadoras sexuales ya será demasiado tarde, pero otras saben que si aguantan, el futuro puede traerles cosas mucho más positivas.